Querido Oscar
Querido Oscar,
Hoy es 15 de mayo de 2017 y decidí escribirte una carta.
Hace unas semanas, buscando otra cosa, me encontré con una piedra. Es la piedra movediza de Tandil. No sé si habrás estado en Tandil alguna vez; yo nunca. Resulta que allí había una roca de granito de alrededor de 300 toneladas, 7 metros de largo y 6 de alto, balanceándose, sostenida por una pequeña superficie en una pendiente: un desafío a la gravedad. La roca fue el ícono de la ciudad desde su fundación en 1823. En 1912, la roca cayó cuesta abajo de la sierra “La movediza”. La piedra está ahora en la base del cerro, partida en tres pedazos. En 2007, una réplica de resina de la piedra fue colocada en el mismo lugar desde el que la piedra original se sostenía. La palabra Tandil podría tener entre otros significados, en vocablos mapuches o araucanos, el de “piedra que late” o “piedra al caer”.
Cuando la roca cae, hay una suspensión de la expectación, toda la tensión se apaga. La réplica, una forma hueca diseñada por un ingeniero, sujeta firmemente a la montaña probablemente nunca se va caer.
Aunque se siente un poco absurdo escribirle a una persona que no puede contestar, es un ejercicio en el que tu presencia está convocada durante todo el texto. Aunque esta presencia, en realidad, es más una proyección mía sobre tu figura que otra cosa.
Estuve leyendo algunos de tus textos, viendo fotos de tus performances y presencié la repetición de Para inducir el espíritu de la imagen en Buenos Aires, la que produjo Dora García para este proyecto. Dora me contactó para invitarme a escribir un texto. En su email me comentaba sobre el interés de visibilizar el legado de tu trabajo invitando a artistas que siendo conscientes de tu influencia o no, estamos interesados en las expectativas de la audiencia y sus códigos, el lenguaje, el psicoanálisis, etc. Me embarco entonces en este curioso proceso de reconstrucción de un extraño al que señalada por un tercero me busco heredera.
Antes de que Dora me contactara no conocía tu trabajo, me avergüenza un poco decirlo, ya que siendo argentina siento que debería conocerte. Gracias al interés y al esfuerzo de Dora, Ana Longoni y de muchas personas más que trabajaron para inducir el espíritu de tu trabajo en el presente, nos permitieron a los que no tuvimos la ocasión de conocerlo, tener otra oportunidad.
Empiezo entonces a buscar puntos en común entre vos y yo. Sé que viviste tus últimos años exiliado en Barcelona en los 70’s. Yo viví doce años en Barcelona, me fui para allá antes del Corralito, en el 2001. Desde un ciber café en La Rambla iba viendo el desfile de presidentes que no conseguían lidiar con el desastre al que ahora parece que volvemos a acercarnos. Con dificultad tramité mis papeles para quedarme legalmente en España y al cabo de unos años, conseguí sacar la nacionalidad española que me permitió hacer mi maestría en Holanda pagando una tasa mucho menor que la que hubiese tenido que pagar como argentina. Además de poder moverme fácilmente por diferentes países. Es curioso como la adquisición de este documento cambió radicalmente mi experiencia de vida en cuánto a los esfuerzos que tengo que demostrar al Estado sobre mi productividad. Antes, con mi permiso de residencia en España, tenía que presentar un contrato de trabajo y tener un tiempo mínimo de cotización para poder renovarlo, cosa que como artista era muy difícil de conseguir.
A través de las personas que escribieron sobre vos, leo que tradujiste Lacan al castellano. Intento buscar en mi argentinidad para encontrar esos vínculos con el psicoanálisis y no tardo mucho en encontrarlos. Mis padres son terapeutas: mi mamá es terapeuta corporal y mi papá, psicólogo y músico terapeuta. Recuerdo desde chiquita presenciar grupos de gente bailando y cantando para sentirse mejor, a veces yo era una de los músicos y a veces una paciente más. Ayer mi tío me contó que cuando terminó la carrera de psiquiatría y empezó a estudiar psicoanálisis acudió a uno de los grupos de estudio sobre Lacan que llevabas a cabo en tu casa. Me dijo que no tiene presentes muchos detalles, pero sí, que te recuerda como una persona carismática e inteligente. También te recuerda con un vaso de whisky en la mano mientras discutían las lecturas de Lacan.
Mi experiencia con la terapia fue extensa y variada, a los dieciséis años empecé mi primer terapia con una psicoterapeuta que hacía Flores de Bach (unas esencias florales que se utilizan con fines curativos), más tarde realicé muchos tratamientos con diferentes terapeutas, Lacanianos, Freudianos, Bioenergéticos, etc. Mis experiencias con los terapeutas eran como a ciegas. Hasta hace pocos años, nunca me había percatado de qué tipo de técnica estaba implementando cada uno. Mi sensación era de que yo iba y hablaba, hablaba y hablaba y se terminaba la sesión.
Ya viviendo en Barcelona fui a ver a una terapeuta Gestalt que mi papá me recomendó. Con ella empecé a hacer dramatizaciones, algo que me resultaba muy raro inicialmente, hablarle a un almohadón o golpearlo dejando salir sonidos sin sentido de mi boca. El proceso empezaba con un análisis del estado del cuerpo y si había algún dolor o malestar, se enfocaba la atención allí. Los ejercicios eran generadores de imágenes desencadenadas por el diálogo con esa parte del cuerpo afectada. Esta practica me ayudó a dejar de darle tanta relevancia a la reflexión intelectual y poder otorgarle valor a otras terapias, incluso a otras prácticas, relacionadas con la incorporación del cuerpo en el proceso de pensamiento.
En los últimos años escuché mucho sobre una práctica terapéutica que me resultó muy interesante ya que introduce dramatización en el proceso de análisis, pero lo curioso es que es realizada por personas desconocidas y a través de improvisación. Son las Constelaciones Familiares, no sé si en tu época ya se practicaba. Un grupo de personas asignados por el “constelado”, el paciente, representa una escena. Éste escoge un participante para representarlo a él y otras para representar a sus padres, ya que al parecer es la estructura que se suele “constelar” y otras personas relevantes, abuelos, hermanos, etc. Cada uno improvisa según su rol y cierta narrativa se va desarrollando. Esta escena se presenta como el pasado del “constelado”, quién permanece como espectador, representado por otras personas que desconocían su historia personal.
Me resulta intrigante el rol que los extraños pueden tener en la resolución de un evento traumático. Me llama la atención cómo en esta práctica, la confianza o fé en que todos compartimos cierta información va más allá de la comunicación verbal y la presencia física sin acudir a lo espiritual directamente sino buscando respuestas biológicas que justifiquen esa conexión. Creo que las Constelaciones Familiares aportan la posibilidad de ser audiencia de tu propia escena (ya que los terapeutas afirman que es una representación de tu propia historia). La idea de verte a vos mismo y a tu familia a través del cuerpo de otros me resulta muy interesante, no sólo como práctica terapéutica sino como ejercicio performativo de desdoblamiento.
En los textos que leo sobre vos y tu figura en el contexto porteño veo que fuiste un zigzagueante, que te interesaste por diversos paradigmas teóricos, atento a los cambios sociales y politicos, capaz de generar intersecciones entre diferentes ámbitos culturales. En la tesis que escribí para el final de mi MFA escribí algo en relación al cambio que dice: “Popularmente, un comportamiento cambiante se asocia con una personalidad inestable. Puede incluso ser estigmatizado como una patología en casos pronunciados. Sin embargo, parece evidente que el cambio es inherente a nuestra naturaleza: desde las células de nuestros cuerpos hasta los presidentes en nuestros gobiernos, todo es cambiante. Los cambios nos hacen reconsiderar nuestra posición, pensamientos y sentimientos. Tal vez sea por querer compensar este cambio constante que construimos esta idea de estabilidad para evitar repensarnos a nosotros mismos.” Pienso como habrá sido para vos haber sido cuestionado por querer incorporar más de una línea a tu pensamiento. Me imagino que los 70 fueron años muy complicados también respecto a la presión de ser acusado, juzgado y perseguido por otros, intolerantes a la diferencia.
A mi mamá se la llevaron de su casa los militares durante una noche en 1977. Durante varios meses el año pasado grabé las entrevistas que le hice. En cada entrevista, ella narraba todo lo que sucedió durante esa noche. También dibujó los detalles que recordaba y cada nuevo elemento en su narración sumaba variaciones a su historia. Me empecé a preguntar sobre la mutabilidad de la memoria, lo que significa volver a un hecho a través de la repetición verbal del mismo. El presente nos lleva a hacer modificaciones en nuestro discurso, evitando decir cosas que ya no nos interesa hacer públicas, olvidando partes o buscando palabras para reafirmar ciertas acciones que se sintieron dudosas en ocasiones pasadas.
Hace unos meses presenté una obra basada en la narración de mi madre en la Universidad Torcuato Di Tella, a unos metros de donde Dora hizo vaciar el extintor de fuego en la repetición de tu happening y en el mismo edificio donde se guarda el archivo del Instituto Di Tella del cuál fuiste parte importante en los años 60’s. Otra vez vuelvo a sentir ese paralelismo en el tiempo, como si el hecho de que dos personas estén ocupando el mismo espacio en dos momentos distintos los pudiera conectar de alguna forma. A lo mejor es sólo mi deseo de que así sea, pero cuando veo estas coincidencias creo que sí es posible que exista esa conexión más allá de la comunicación y la presencia física.
Pero bueno, no me voy más por las ramas con las coincidencias y las señales, el trabajo que hice era un video que se mostraba en el interior de un auto estacionado en el parking. Las ventanas del coche estaban tapiadas y sólo se podía ver el video estando sentado en el asiento de atrás del vehículo. Para este video trabajé con una performer y artista, Denise Groesman. Con ella realizamos una serie de ejercicios de improvisación basados en una lista de acciones tomadas de la narración de mi madre, buscamos más que representar esas acciones, ver como se sentían en su cuerpo. Cómo transferir la experiencia de un hecho que un cuerpo vivió a otro cuerpo de otra edad, que experimentó otra realidad política, etc.
Si te hubiera conocido, me hubiera encantado conversar con vos sobre las expectativas, cómo se construyen y sobre todo qué pasa cuando se frustran. En las situaciones de emergencia, por ejemplo, hay un hecho que quiebra nuestras expectativas de normalidad, las frustra por completo y anula nuestra capacidad de acción previsible. Es entonces cuando se activa algo casi instintivo que solemos desconocer; como correr a una velocidad que nunca pensamos, resolver una situación compleja de una forma que nunca repasamos en nuestra mente, etc. Es como si nuestra capacidades estuvieran limitadas por nuestras expectativas, y sólo cuando éstas entran en un conflicto profundo, emergen otras posibilidades.
En tus performances, el rol de la audiencia parece fundamental, si no el eje principal de tus trabajos. Incluso sostenías que en el happening se neutralizaba la materia y el espectador, considerando al público como un material más del trabajo. En mi práctica, la audiencia también es un elemento sobre el que pensar. Me interesa desplazar la acción del centro (escenario, sala expositiva, etc.) y ponerla en los márgenes (corredores, gradería, etc.). Para estas obras, incorporo estrategias de baja intensidad en las que no están claros los límites entre una situación preparada y una que podría suceder por casualidad. En una de mis primeras performances, una mujer mantenía conversaciones con personas de la audiencia incorporando frases de un libro de autoayuda que proclama vivir pensando en el presente. Muchos de los interlocutores de la performer no supieron que estaban siendo parte de una performance, otros buscaban pistas y algunos se fueron frustrados al no poder encontrar ninguna. En muchos de mis trabajos hay un interés por preguntarse por el momento y el lugar en el que están sucediendo, quiénes están en este lugar y qué relación puede haber entre ellos.
Al releer la carta, vuelvo a pensar en la piedra de resina suspendida y el anhelo de que algo que ya no está físicamente se rememore. Esa fachada que aunque hueca, es la que ahora nos permite imaginar el peso de la que ya no está, su frágil equilibrio y la forma en que llegó a ese lugar.